22 de enero de 2019

Esteve Riambau: «Barcelona ha generado una atracción fatal»

Entrevista a Esteve Riambau en la revista Tot Barcelona. Realizada por Sílvia Borroso.

Hablamos con el director de la Filmoteca de Catalunya, que hace 8 años que se instaló en el Raval

Esteve Riambau (Barcelona, 1955) es médico nefrólogo. Ejerció durante diez años, pero en primero de carrera ya dirigía un cineclub y nunca dejó la pasión por el cine: al contrario, la hacía crecer. En 1989 dejó la medicina y convirtió el cine en profesión. Desde 2010 es el director de la Filmoteca de Cataluña y tiene un largo currículum como crítico, historiador e investigador del cine, además de haber dirigido dos largometrajes. Es especialista en la Escuela de Barcelona, en cine francés y en Orson Welles. Hacemos un Vermut Miró Fusión con él en el Café de las Delicias, en el Raval, el barrio donde trabaja.

Usted tiene vínculos con Welles, pero también los tiene Barcelona.

Sí, en 1953 rodó escenas Mr. Akadin, en Barcelona, en el Puerto. Vino con su hija mayor, la Chris, con quien tengo muy buena amistad, la conocí en una retrospectiva en Locarno. En 53 ella estudiaba en un internado en Suiza y durante las vacaciones de Semana Santa su padre la hizo venir a Barcelona para ver el rodaje. Y cuando hicimos el centenario de Welles en 2015 en la Filmoteca, la Chris quiso venir.

Esteve Riambau: «Una de mis grandes alegrías fue cuando una de las prostitutas de la zona de la Filmoteca, vino a ver ‘Mamma Roma’, de Passolini»

¿Barcelona es una ciudad cinematográfica?

Relativamente. Si hablamos de rodajes si hablamos de ciudades cinematográficas, Nueva York, París, Roma, Venecia dan 50.000 vueltas en Barcelona. Pero sí es una ciudad donde el clima es el mismo que Hollywood, tiene luz, variedad de paisajes, al igual que Los Ángeles. Tienes el Pirineo a dos horas, el mar, la ciudad. Han rodado Welles, Antonioni, el Iñarritu, Woody Allen. No tenemos una lista muy larga de grandes cineastas que hayan rodado.

¿Cree que no se ha explotado lo suficiente? ¿Podría dar más?

Da para el que da. Gaudí es la gran atracción cinematográfica de Barcelona. Sólo hay que ver el Parque Güell de Woody Allen, la Sagrada Familia de Almodovar a Todo sobre mi madre, con un solo plano cuando pasa por delante con un taxi, y la Pedrera de Antonioni. Está claro que Gaudí es un valor cinematográfico y una pieza muy atractiva. Hay otra película muy poco distinguida pero muy divertida de Jesús Franco, El Castillo de Fu Manchú, rodada en el Parque Güell. Cuando explota el castillo y se destruye con cuatro cohetes y bengalas, el detective, el bueno de la película, marcha del castillo con una barquilla por el lago de la Ciutadella. Es extraordinariamente divertida. Con Christopher Lee, pero hecha con un zapato, una alpargata y mucha cara dura.

Una de sus especialidades es la Escuela de Barcelona, la corriente cinematográfico de la ‘gauche divine’. ¿Queda algo?

Una etiqueta tan afortunada como aquella no la hemos vuelto a tener. Pero aquello fue la punta de un iceberg que ha tenido continuidad, en el sentido de que la producción barcelonesa siempre ha sido la de las cosas experimentales, diferentes, alternativas a la producción de Madrid. Se dijo Escuela de Barcelona como había la Escuela de Nueva York de los años 60, la del John Cassavetes y compañía. La ecuación que hacían, algo atrevida pero que entiende, es que la Escuela de Nueva York es en Hollywood, el cine comercial, lo que la Escuela de Barcelona es el cine que se hace en Madrid, donde se hacían las películas industriales comerciales, con más presupuesto. El equivalente a esto sería, con unos motores de continuidad que son Joaquim Jordà y Pere Portabella, toda la generación posterior: Guerín, Albert Serra, Isaki Lacuesta, que hacen un cine diferente al cine convencional. Es la marca identitaria del cine que se produce en Cataluña y en Barcelona en los últimos 50 o 60 años.

¿Por qué en Cataluña existe el llanto permanente que la industria cinematográfica no acaba de arrancar?

En lugar de Europa arranca, excepto en Francia. Hay una frase que lamento haber olvidado quién la dijo, no es mía pero yo la hago mía, y dice: «En Estados Unidos, el cine es un negocio. En Europa, es un problema». Desde el final de la Primera Guerra Mundial, el cine europeo está condicionado al cine norteamericano. El 80% de las pantallas europeas están ocupadas por cine americano. El trozo de pastel que queda es muy pequeño y no se puede vivir con el modelo de economía liberal de este pastel tan pequeño. Por eso el cine europeo necesita de subvenciones. Los únicos que hicieron una legislación a tiempo para romper eso fueron los franceses.

Se les acusa de proteccionismo.

Es un buen proteccionismo. Se nutren sobre un impuesto a las entradas de las películas americanas. Ya que vienes a casa a comerte mis aceitunas, al menos paga. Y en cambio aquí encima subvencionamos el doblaje al catalán en las mayores.

¿Es posible enfrentarse a él?

No, ni Cataluña, ni España, ni Italia, ni Alemania.

Para Francia si…

Porque fueron los primeros. En 1946, terminada la Segunda Guerra Mundial, hicieron unos tratados extraordinariamente ventajosos para ellos y colaron. Pero nunca más nadie más lo ha conseguido. Y Estados Unidos se guardará bastante dejarse colar el mismo gol, que implica que en las pantallas francesas haya un 50% de películas francesas. Y en España, el año que mejor porque hay un Almodóvar, un Torrente o un Amenábar es un 20%.

¿Y en Cataluña?

De cine en catalán, un 3%

Ahora estamos en la época de Netflix. ¿Es una amenaza añadida o una oportunidad?

Sólo un cambio tecnológico más. Quien caiga en la tentación de pensar que el cine no cambiará tecnológicamente no sabe qué es el cine. El cine, desde sus orígenes, cada 20 años ha cambiado cosas esenciales. Ha pasado del mudo al sonoro, del cortometraje al largometraje, del blanco y negro al color, de la cinta de celuloide a la cinta magnética, de la cinta magnética al digital. En estos momentos estamos en otro cambio tecnológico, lleno de contradicciones y de paradojas. Desde el punto de vista de las filmotecas, estamos alucinados. Nos encontramos ante una digitalización en la que no puedes hacer más que decir amén. El cine es digital. De acuerdo. Es digital y hemos conservar el digital. Y como se conserva, lo digital? Ah, no se sabe.

¿Nadie lo sabe?

¿Qué futuro tiene la conservación digital? Quince años. Y la conservación de un largometraje digital ocupa cuatro terabytes. Es una monstruosidad. Hice los cálculos de lo que costaba conservar un largometraje digital. Y me salió seis veces más que una película fotoquímica. Mi colega de la Cinematheque Française me dijo que me equivocaba. No son seis veces más, son diez veces más. Las mayores están rodando en digital y pagan, porque pueden, 30.000 dólares para hacer después un negativo en celuloide, porque eso es lo que conserva. No se fían de la conservación del digital. Netflix es otra historia. Una cadena que apuesta por el vídeo on demand en casa.

Esteve Riambau: «Hay una frase que no es mía pero que hago mía: En Estados Unidos, el cine es un negocio. En Europa, es un problema»

¿Los exhibidores se van a hacer puñetas?

No. Quieren que la gran película de Netflix sea Roma y la ponen en el Verdi como reclamo publicitario. Ahora hemos visto que la gente todavía va al cine. Las salas seguirán, pero se deben reciclar completamente. España es uno de los países europeos con más salas por habitante. Sobran salas. Claro que hay que cierran, las obsoletas. Que espabilen, que renueve un poco. Qué ha hecho ahora el Verdi? Una limpieza. Ya empezaba a tener un punto de rancio, y de ahí la visión inteligente de renovarlas y de ponerlas al día. Y en la Filmoteca también tenemos una media de 107 espectadores por sesión.

Este promedio querrá decir que los días de cada día también hay gente en la Filmoteca, cosa que no puede decirse de los cines comerciales.

Muchos días de cada día tenemos más gente que los fines de semana. No nos comparamos con las salas comerciales. Tenemos nuestra política de exhibición como institución pública, con unos precios diferentes y con una programación más variada. Y ponemos imaginación para convertir las sesiones en pequeños eventos exclusivos, que el espectador sienta que si no se lo está perdiendo algo. Cuando hicimos la retrospectiva de Maria de Medeiros, el día de Pulp Fiction, ella creía que no vendría nadie porque es en YouTube y ya lo ha visto todo el mundo. Y le dije que se equivocaba, porque Pulp Fiction con una pantalla grande, bien proyectada, en versión original con subtítulos y presentada por María de Medeiros está aquí y hoy. Y había 250 personas.

Usted comenzó en pleno proceso para el traslado en el Raval.

Vine para hacer el traslado. La convocatoria de la plaza se hizo coincidiendo con la jubilación del anterior director y con el encargo específico de presentar un proyecto para inaugurar las dos nuevas sedes y para ponerlas en marcha. Lo que pasa es que, como siempre que hay arquitectos y albañiles por medio, no te creas. Entonces entré en marzo de 2010, esto se tenía que abrir en cuestión de un año, y fueron dos. Inauguramos el Raval en febrero de 2012 y Terrassa a principios del 2013.

¿El Raval ha dado lo que se esperaba?

El Raval formaba parte de un proyecto de gran envergadura para modificar el barrio con la implantación o renovación de centros culturales. Lo que pasó es que fuimos los últimos que llegamos, los más pequeños y en el lugar más conflictivo. La entrada fue dura, con unas muestras de hostilidad de los vecinos que en ese momento no entendí, pero que después han desaparecido completamente. Y con unas hostilidades políticas curiosas. Tengo enmarcado un artículo de El Periódico, quince días después de inaugurar, que decía «Ni el Instituto de Estudios Catalanes ni la Filmoteca consiguen erradicar la prostitución en el Raval».

(…)

Es que si lo llego a conseguir con 15 días, me habría merecido una portada al NY Times! Si quiere erradicar la prostitución, monte una filmoteca’. Anécdotas de banda, recibí muchas cartas de usuarios que iban a Sarrià diciendo que sería el Apocalipsis. Textualmente, «pajilleras a la última fila», «necesitaremos protección policial para salir del cine». Y la realidad es que nunca hemos avisado a los Mossos desde que estamos en el Raval. Otro tema es que la Filmoteca sea la inversión en el barrio que el Raval necesitaba. Aquí no entro.

¿Cómo ha cambiado la relación con los vecinos?

Desde el primer día hicimos una política transparente y de puertas abiertas. El segundo gran ciclo que hicimos se llamaba El Raval en el Raval. Eran las películas rodadas en el Raval y una exposición para mostrar una especie de espejo en el barrio. Y hemos acogido entidades, actividades, escuelas, asociaciones, etcétera. Y ahora el barrio que aporta más espectadores en la Filmoteca es el Raval. Es que somos a 200 metros del Liceo. Verdad que nadie se escandaliza por la ubicación del Liceo?

Siempre ha estado allí.

Lo único que pedí, y que concedieron por parte del Ayuntamiento, fue que pusieran unas farolas más potentes en la calle Sant Pau para ir hasta la Rambla a coger el metro después de la última sesión. Es una especie de corredor humanitario en el que hay color, olor, pero no sensación de peligro. Nuestro compromiso fue no terminar ninguna sesión más tarde a las doce menos cuarto de la noche, justo para que la gente pueda coger el último metro. La otra gran aportación fue la cafetería. Tardamos dos años en poder acondicionar el espacio, por los permisos del Ayuntamiento. Pero después ha cambiado el entorno inmediato. No sólo no ha cerrado los dos bares más cercanos, la Candela y el Sifón, sino que los ha potenciado y se han renovado. Y ha atraído público externo. A mí me da igual que vengan a hacer unas bravas o ver una película. Ya entrarán a ver la película.

Pero los vecinos tienen la sensación, y los datos de delincuencia en aumento les dan la razón, que el Raval se ha degradado en estos años.

Desde mi punto de vista, el entorno inmediato de mi territorio, la Plaza Salvador Seguí, ha cambiado a mejor. Cuando llegué estaba en obras y era muy heavy. Para no puedo ignorar que los grandes problemas persisten. Hay narcopisos, problemas de prostitución, de explotación sexual y varias ilegalidades. Y en la medida que podemos hacemos alguna aportación, sesiones contra los desahucios, por la igualdad de género. Forma parte de nuestra concepción del cine también como herramienta social. Desde el punto de vista de seguridad, hemos tenido suerte o hemos creado el clima para que la Filmoteca no sea un centro de conflictos.

¿No se encuentra con espectadores que te digan «venía hacia aquí me han robado»?

Dentro del edificio nunca ha habido ningún problema. Al revés, hemos tenido unos inputs anecdóticos significativos. Una de mis grandes alegrías fue cuando una de las prostitutas habituales de la zona, porque hay, me parece que era de un país del este, un día entró a coger el programa y compró una entrada para ver Mamma Roma, de Pasolini. Esto es política de mejora del barrio y de proximidad. O el día que vinieron tres o cuatro chicas musulmanas con su velo, y probablemente a escondidas de sus padres. Vinieron a ver Mad Max 4. Esto es lo que nosotros podemos aportar.

¿Cuál es el principal problema de Barcelona?

Barcelona es mi ciudad, me siento muy cómodo. Tiene grandes virtudes. Y vivió un momento mágico, los Juegos Olímpicos. Pero creo que ha muerto de éxito. No se han sabido gestionar los grandes beneficios y la muy inteligente política que se hizo en torno a los Juegos. Fue un éxito tan espectacular que conllevó nuevas atracciones como las de la película, atracciones fatales. Esto es lo que, a través del turismo y a través de otros injerencias externas, ha ido modificando la ciudad en estos últimos 25 años. Estamos claramente con una tendencia a la baja respecto a los grandes momentos. No tengo una especial animadversión contra el turismo. Me encanta viajar, pero sí contra la masificación del turismo y sobre todo por la injerencia. Es decir, el problema del turismo es el momento en que comienza a modificar la vida de los ciudadanos de la ciudad.

¿Y esto esta pasando?

Tengo una anécdota muy gráfica. Teníamos invitada Marisa Paredes. La acompañé en el hotel, un hotel del centro de Barcelona, de cinco estrellas. Habíamos quedado para comer con el consejero, Ferran Mascarell. En la recepción había un jeque árabe con sus mujeres, criaturas y todo eso. Pedí decirle a la recepcionista que teníamos prisa. Y me dijo «can you repeat in English, please?».

Ostras…

Yo le dije: «Yes, I can, but I do not want to. It ‘s my city, le puedo hablar en catalán o en castellano. Usted debería entenderme, como mínimo». Llamó la cabeza para que nos atendiera. Me pareció que estaba pasando una línea roja que no se debe pasar.

En este contexto, que pediría al próximo alcalde, ¿qué cree que podrá hacer?

Creo que hay que hacer una gran reflexión y sobre todo, yo pienso que lo que se debe tener es la conciencia y la garantía que además del poder político hay otros poderes que son unos intereses muy fuertes. Y que no se puede gobernar sólo políticamente si no se tienen controlados y orientados a estos grandes lobbys. En estos momentos, el lobby turístico es muy importante.

¿El Ayuntamiento de Barcelona o la ciudad podrá enfrontarse a estos lobbys?

La ciudad no, son los políticos quienes se debe enfrentar. El político ha entender que la política, más allá de las estrategias de partido, también debe pasar por el control de los grandes lobbys de poder.

«Me gusta mirarme una cursa de Fórmula 1 mientras me tomo un vermut»

El doctor Riambau que se hizo director de la Filmoteca tiene más cosas escondidas. Le encantaría tocar el piano aunque dice que es un negado para la música. Y uno de sus momentos preferidos del domingo, cuando es temporada de carreras, le gusta mirarse la Fórmula 1 en la tele mientras se toma un vermut. «Es una combinación fantástica», asegura. Le gusta negro -como el Miró Fusión- «con hielo y naranja».

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